jueves, 7 de febrero de 2013

ECONOMÍA, TRABAJO, LUCHA DE CLASES. Conferencia pronunciada en Madrid el día 15 de abril ,de 1935.

ECONOMIA, TRABAJO, LUCHA DE CLASES
Conferencia pronunciada en Madrid el día 15 de abril de 1935.

ECONOMIA, trabajo, lucha de clases, son los tres puntos objeto de esta conferencia. La falta de amenidad, la aridez del tema, quedan compensadas en exceso por su realidad indiscutible, su interés palpitante y su exigencia imperiosa. Además, estas conferencias no han sido organizadas por el Jefe nacional para que se conviertan en torneos literarios u oratorios, ni para que constituyan un rato de agradable esparcimiento y diversión a cuantos a ellas asisten. Tienen una finalidad practica, didáctica; están dirigidas a, proporcionar a todos los camaradas un mejor y más profundo conocimiento del programa, de Falange, que les facilite su propaganda y difusión. Para ello voy a dividir la conferencia en dos partes. La primera, dedicada a estudiar filas causas, los factores, 'los elementos que han producido la situación actual de, la organización económica. La segunda, dedicada a explicar las soluciones propuestas por las distintas doctrinas y sistemas, exponiendo, por último, la nacionalsindicalista que nosotros defendemos, por la que luchamos y acabaremos por implantar.


Terminada la Revolución francesa y empezando el siglo XIX, la organización de la Economía, a consecuencia de las doctrinas de Adán 8mith y de los principios de aquélla., descansaba sobre la base de la libertad. Imperaba el criterio de que el Estado debía limitar todo lo posible su intervención en la vida económica de 'los individuos, pues de la libre competencia de éstos habría de salir el triunfo de dos mejores, y con este triunfo, el progreso de la Humanidad. De igual forma, y en virtud de iguales principios, en materia de trabajo se había implantado el sistema de libertad, eximiendo a los hombres de !la obligación de formar parte de un Gremio si querían dedicarse al trabajo y decretándose en Francia la abolición de aquéllos en virtud de la ley Chapelier. Pero es que, además, la organización gremial que había existido hasta la Revolución francesa era a todas luces incompatible con las nuevas formas del sistema capitalista que se iniciaba. Este exigía grandes capitales para montar los negocios, y ni los antiguos aprendices, oficiales, ni la mayoría de los maestros, tenían los necesarios para ello, y como, por otra parte, había desaparecido la posibilidad de obligar a los hombres a trabajar mediante el aliciente de llegar a ser maestros de un Gremio si cumplían escrupulosamente los deberes que éste imponía, resultó que, de un lado, se agruparon los que, careciendo del dinero preciso para ser empresarios, no poseían más que su trabajo; de otro, las clases acomodadas; se dividió la sociedad en proletarios y capitalistas y surgió el asalariado como medio de ejercer la4 coacción que antes se conseguía dentro del Gremio en la, forma indicada. La lucha de clases había hecho su aparición, iniciándose un combate que aun continúa y no se sabe cómo ha de terminar.

Ahora bien: aunque la Economía descansaba sobre la base individualista, hacia 1830 empezó a popularizarse un vocablo hasta entonces desconocido o poco usado: el socialismo. Su significado no era exactamente conocido por los mismos que lo empleaban, y consistía en una humanitaria aspiración a cambiar la sociedad, poniendo término a la injusticia que representaba el que unos hombres disfrutasen de todas las riquezas y otros careciesen de lo más indispensable. Pero no decían mediante qué procedimiento iba a desaparecer tal injusticia, ni sus aspiraciones descansaban sobre la base de rigorismo científico. Eran los socialistas utópicos, sentimentales y humanitarios. No tardó, sin embargo, mucho tiempo en construirse una doctrina montada sobre los principios de la ciencia económica, para combatir el concepto privado del capital y defender su traspaso al Estado. Este es el socialismo científico de Carlos Marx, Rodbertus y Lasalle. ¿Qué argumentaciones empleaban estos economistas, especialmente el primero, para llegar a la radical solución indicada? Muy sencilla. Ellos veían que una gran cantidad de hombres carecían de toda clase de medios para subsistir, no poseyendo más que su trabajo, el cual habían de arrendar en las condiciones que quisieran los empresarios, porque, si no, había otros hombres dispuestos a aceptarlo. De otro lado, estas condiciones eran leoninas, pues como el valor de la mercancía dependía exclusivamente de la cantidad de trabajo incorporado a ella, una vez que el obrero había realizado el que precisaba para ganar el salario bastante a cubrir sus necesidades, si continuaba trabajando, dos, tres o varias horas más con exceso, no lo abonaba el patrono; existía una plusvalía a favor de éste y a costa del trabajo humano, que constituía, la explotación capitalista. Si, por consiguiente, quien explota es el capital privado, convirtiéndole en público habrá desaparecido la posibilidad de explotación.

Pero no es ésta sola la característica del socialismo marxista; bien conocidas son sus teorías sobre el materialismo histórico y la lucha de clases, lucha que Marx dedujo de los principios de la filosofía de Hegel. Según ésta, en la vida nada es permanente ni definitiva; las formas actuales de organización jurídica, política, cte., llevan en sí un germen de destrucción en pugna con la misma forma existente. Esta constituye la tesis, el elemento destructivo, la antítesis, y de la lucha entre ambas habrá de salir la síntesis, o sea la nueva forma de vida que, a su vez, ha de seguir el mismo proceso evolutivo. Pues bien: Marx aplicó estos principios al campo económico y dijo que de la lucha entre el capitalismo (tesis) con el proletariado (antítesis) habrá de salir la síntesis, o sea la nueva forma de organización de la Economía, que ha de consistir en la dictadura del proletariado.

Pero si Carlos Marx creó el dogma de la lucha de clases, el sindicalismo fué el instrumento de esta lucha. Ahora bien: el sindicalismo, hasta llegar a sus actuales características, ha pasado por otras anteriores. En la primera, el sindicato representaba el medio de defensa contra la implantación del maquinismo, que arruinaba el trabajo manual del artesano. Posteriormente, convencidos los obreros de que el triunfo de la máquina era inevitable, trabajaron por extender al proletariado el beneficio que aquélla proporcionaba; pero más adelante, al ser imposible sacar nuevas ventajas por haber llegado al límite de rendimiento, el sindicalismo pretende asumir el mando de la producción y destrozar el Estado haciéndose revolucionario. Sus armas de combate son de todos conocidas; sus teorizantes, también lo son. La «huelga», el «boicot», el «sabotaje»; el «label» y la «acción directa», constantemente están dejando sentir sus efectos en todas las reivindicaciones proletarias.

Sorel, Lagardelle, Labriola, Enrico Leone y otros muchos han creado esta escuela, influyendo decisivamente en la mentalidad de los obreros y representando con sus escritos un revisionismo marxista, que, según el lenguaje vulgar, podríamos calificar de izquierda, y que acentúa el predominio del trabajador manual, despreciando toda intervención burguesa.

Pero ni el marxismo con sus teorías, ni el sindicalismo revolucionario con sus medios de lucha, son los únicos factores que han influido en la actual situación de la economía mundial. Hay que tener en cuenta otro más y de gran importancia: el sistema capitalista. Realmente no puede hablarse del capitalismo hasta la implantación de la gran ,industria y el triunfo de la máquina. Esto es, hasta principios del siglo XIX. La esencia del sistema consiste no sólo en ser una forma de organización económica en la que el capital predomina exageradamente sobre el trabajo, sino en que, como hace notar Mussolini, hay una producción en masa,. para un consumo en masa y mediante un capital también en masa. Es decir, que en el sistema capitalista se pierde en absoluto todo el carácter humano de la producción; ésta deja de ser la obra directa de un hombre; ya no se precisan las cualidades personales del artesanado; el hombre es absorbido por :la máquina y se convierte en una pieza necesaria para su funcionamiento. Pero el capitalismo ha pasado también por diferentes fases, pues si en un principio poseía, todas las características del liberalismo smithiano que lo había creado, a partir de 1870 empieza a perderlas, ya que al surgir la empresa anónima, si el capital se hace público, se precisa también la pública intervención. Esta pérdida de las esencias liberales se acentúa cada vez más paralelamente al desarrollo de la concentración capitalista, y así vemos cómo las grandes coaliciones industriales, «truts», «rings»,, etcétera, nacen precisamente para evitar una de las notas de tal liberalismo, la 'libre competencia, pues a los grandes capitalistas les ha sido más cómodo que luchar entre sí ponerse de acuerdo para repartirse los mercados, fijar los contingentes de producción y señalar los precios. Y no es esto sólo, sino que la intervención del Estado cada vez es más solicitada, a fin de que dicte disposiciones orientadas en un profundo proteccionismo económico. Son, pues, rasgos característicos del sistema capitalista en estos últimos tiempos, su apartamiento de loa principios liberales que lo engendraron y una concentración de capital de tal magnitud, que ha puesto en peligro la independencia política de los pueblos y ha contribuido en gran parte al actual desorden económico.

¿Cuáles son los remedios posibles para salir de él?

Será la vuelta al liberalismo económico en toda su pureza. Tal es el criterio de algunos economistas y políticos. Precisamente, no hace muchos días, uno de los que con más respeto es escuchado -en los medios financieros, atribuía en un acto público a la intervención del Estado el trastorno de la Economía. Esta opinión nos parece equivocada. La intervención ha sido solicitada, como hemos visto, por la misma economía liberal, que ha provocado la crisis y ahora se encuentra impotente para resolverla. La crisis es muy anterior a la intervención y se ha acudido a ésta como un posible remedio.

Decía también dicho político en apoyo de su tesis, que los transportes por carretera prevalecen sobre el ferrocarril porque aquéllos siguen un régimen de libertad y éste el de intervención. Pero sobre que jamás puede ser aconsejable el que parte de la Economía esté sometida a un sistema y parte a otro, lo que sucede es que las empresas ferroviarias pueden subsistir gracias a esa intervención, y sobre todo, que la competencia anárquica habrá desaparecido en el momento en que ambas industrias estén encuadradas en el Sindicato Vertical del Transporte, donde todos los elementos que en él intervienen resolverán por sí y armónicamente esa competencia.

Pero además, ¿es que hoy día la Economía no está dirigida por las grandes empresas capitalistas, que verifican la intervención orientada tan sólo en su exclusivo provecho?

Esta solución, pues, la vuelta al liberalismo, ni nos conviene ni nos satisface, ya que, en resumen, no sería más que empezar el camino que nos ha traído a "a actual situación.

Ahora bien: si del campo liberal pasamos al intervencionista, nos encontramos dentro de él varias clases de intervención. ¿Elegimos la de Roosevelt? No. Esta no tiene más valor ni más prestigio que la de su autor. Es una intervención directa, dictatorial, sin flexibilidad y que no obedece a un plan completo de reorganización económica.

¿Admitimos la socialista? Tampoco. No ya por sus errores científicos, que Bernstein, Henri de Man, Sombart y otros varios han ,conseguido demostrar, sino, además, por la ausencia de aquellos valores espirituales inherentes a la personalidad y a la dignidad del hombre. Reconocemos la importancia de los factores económicos, pero creemos también en la santidad, en la abnegación y el heroísmo.

Por otra parte, negamos la afirmación marxista de que el obrero no tiene Patria. Que Carlos Marx, judío desarraigado, lo dijera. era natural. Para él, loa obreros no eran seres humanos, sino la masa moldeable, el elemento que precisaba para ensayar sus teorías. La redención del proletariado poco le importaba; sólo tenía el egoísmo propio del hombre de ciencia que sueña con ver confirmadas en la práctica sus predicciones y teorías. Pero, además, no comprendemos por qué razón el patriotismo ha de ser una cualidad exclusiva de las clases elevadas. ¿Es que los obreros no forman parte integrante de la nación? Los obreros, lejos de mirar al Estado como algo indiferente o distinto de ellos, deben considerarse dentro del mismo y darse cuenta que los conflictos y problemas que le plantean, a la corta o a la larga, sobre ellos recaen.

Si del examen teórico del marxismo pasamos al práctico, encontramos que en Rusia, país donde ha tenido mayor y más completa. realización, las ventajas obtenidas por el proletariado en aquellos puntos que pueden interesarle, no justifican el haber hecho una revolución como la rusa. Así, vemos que la jornada de trabajo es de cuarenta y dos horas; es decir, dos menos que la fijada en Madrid para la industria metalúrgica, y vemos también que en aquellas industrias en que, con arreglo al vigente plan quinquenal, el trabajo es intensivo, las cuarenta y dos horas han sido elevadas a cuarenta y ocho. Mezquino beneficio en el primer caso, nulo en el segundo.

Bien es verdad que los obreros rusos no pueden llamarse a en,, año. Lenin, poco tiempo antes de estallar la revolución, publicó un libro en el que describía el Estado soviético tal como él lo había concebido y tal como ha sido implantado. Pues bien: en esa obra decía Lenín que para llegar a su ideal de la anarquía social, en la que los hombres no precisarían de la actual organización jurídica y económica del mundo, había que pasar por diversas etapas: capitalismo del Estado, comunismo y anarquía. Pero comprendiendo que no era posible cambiar la condición del hombre de la noche a la mañana, añadía que para alcanzar la etapa final era necesario conservar el Estado, que Lenín tomaba como sinónimo de opresión. Estado que no sería libre porque precisaría de una disciplina férrea, ni justo, porque mantendría la igualdad de salarios, igualdad que, ante das diferentes necesidades humanas, representa una injusticia. Lenín resumía en una frase su concepto estatal: «Mantendremos el Estado burgués..., pero sin la burguesía.» No hay, pues, por qué extrañarse de lo que sucede en Rusia. A Lenín se le podrá tachar de todo menos de hipócrita.

Descartadas las anteriores soluciones, nos queda aún la corporativa. Y en este punto conviene hacer una declaración. El Estado corporativo no está implantado ni siquiera en Italia. Porque lo que en este país llaman Corporación, en realidad no es otra cosa que un inmenso Jurado mixto o Comité paritario. De un lado, la Confederación obrera; de otro, la patronal; arriba, coronando el edificio, la Corporación. Es decir, que en Italia actualmente se parte de la idea de que el capital y el trabajo son términos forzosamente opuestos y que hay que armonizar en bien de la producción. Cuando, en realidad, lo que debe hacerse es fundir a los dos en una síntesis suprema. Esto es, formar un concepto unitario y superior, integrado por el capital y del trabajo, y que utilice a ambos como elementos necesarios del proceso económico. Cuando esa síntesis se haya conseguido podrá decirse que existe la Corporación.

No queda, pues, otro remedio que construir un orden nuevo, formado por elementos psicológicos y técnicos, también nuevo. Ante todo, hay que cambiar la finalidad de la Economía. subordinando ésta a la Moral y viendo en ella el medio de satisfacer las necesidades humanas, no el de acumular riquezas o saciar placeres. Buscando en los negocios una ganancia remuneradora y no un provecho exorbitante; estableciendo salarios, precios y valores justos; huyendo, en definitiva, de los móviles predominantemente egoístas. Por eso, Falange repudia lo mismo a liberales que a socialistas. Ambos son, ante todo, materialistas, quizá más aquéllos que éstos, pues, como decía Marx, y en esto tensa razón, el régimen liberal burgués ha convertido las profesiones más elevadas, Sacerdocio, Enseñanza, Derecho y Medicina, en meros servicios materiales de asalariados. De otra parte hemos de ver al Estado como algo inmanente, no trascendente, considerando a cada individuo depositario de parte del poder esencial de aquél al Estado formado por todos y cada uno de nosotros, no mediante una relación directa, sino a través del Sindicato.

Debemos también formar Sindicatos verticales y nacionales. Es decir, Sindicatos que, en lugar de ser exclusivamente de obreros o de patronos, inspirados tan sólo en un interés de case, por creer que es ésta la que une a los hombres, 1o estén por la igualdad de interés en la producción, ya que vemos muchas veces que los proletarios de una industria determinada tienen más vínculos con los capitalistas de esta industria que con los proletarios que trabajan en otra industria competidora y opuesta. Y Sindicatos que desenvuelvan su espíritu de lucha e incluso de rebeldía dentro del ámbito de los intereses de la Nación. Estos Sindicatos descargarán al Estado de una serie de funciones económicas que ellos deben asumir, desburocratizando la Economía y llegando a la. supresión del salariado mediante un reparto equitativo de los beneficios entre todos los factores que han intervenido en la producción. Además disciplinarán la Economía, pero no será una disciplina dél Estado, que mate la iniciativa privada, sino más bien una autodisciplina de los mismos elementos productores y en interés social.

Somos enemigos del gran capitalismo financiero, que no debe confundirse con la propiedad privada; ésta consiste en una relación directa de un hombre con una cosa: es una continuación de la personalidad humana. El capitalismo financiero es todo lo contrario: anónimo, antihumano, egoísta, calculador. Es el capitalismo de las jugadas de Bolsa, de los préstamos usurarios, de las combinaciones bancarias y de los grandes Consejos de administración. El que ha hecho del dinero eje del mundo, y del capital, sujeto de la Economía, creyendo que ésta no tiene otra finalidad que procurarle beneficios, réditos re intereses a costa de 'los abusos que sean precisos. Es el verdadero verdugo del trabajado y del pequeño terrateniente, propietario, industrial o comerciante. Es decir, de todos aquellos que, dejos de utilizar el capital como instrumento de dominio, lo emplean en servicio del trabajo y de la producción.

Defendemos la igualdad de todos los hombres ante el trabajo; igualdad que no excluye rangos, jerarquías y categorías, pero ganadas todas ellas por el propio ¡esfuerzo y la propia capacidad. Proclamamos el derecho y el deber del trabajo, para hacer imposible la vergüenza actual de que haya, unos hombres que vivan a costa de otros y que disfruten de todas las ventajas de la vida. adquiridas sin el menor esfuerzo, mientras sus hermanos carecen de lo más preciso para subsistir. Queremos, por último, que, lejos de ver en el trabajo un sacrificio y una carga, veamos en él un timbre de gloria, de honor y dignidad civil, realizándolo, no con pesimismo y resignación, sino con ;alegría, juventud y espíritu optimista.

Este es el programa económico de la F. E. de las J. O. N. S. Estudiarlo bien y propagarlo mejor. Decir que nosotros aspiramos a que todos los españoles coman, trabajen y se encuentren amparados por una más exacta, justicia social. Y decir también que, solos o acompañados, pocos o muchos, perdiendo lo que haya que perder y sacrificando 'lo que haya que sacrificar, no cejaremos en nuestro empeño de verlo implantado, y que para ello disponemos de un arma bien poderosa e invencible: la fe. Una fe acendrada, indestructible, en nosotros mismos, en nuestro Jefe y en los destines futuros de España.»

(Arriba, 25 de abril de 1935)

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